viernes, 30 de septiembre de 2011

¡Cómo el tiempo es oro!

Que el tiempo es oro, resulta una verdad cada vez más evidente en el apremiante día a día, cuando el devenir inapelable del reloj constituye el principal agente del estrés y de sus efectos colaterales. ¿Quién no desea ganarse un minuto en la vida? Y es porque son mil y uno los inconvenientes que trae el afán.

Así, todo por andar desaforados, chocan los autos, hay atascos en el tráfico, el pasajero pierde el vuelo, tropieza la gente en el Metro, olvidan su ordenador en el taxi los ejecutivos, falta tiempo para el maquillaje de las oficinistas, llegan tarde los estudiantes a clase, los novios a la cita, se quema la cacerola del arroz, ¡en fin! No faltará inclusive la dama que en su loca carrera contra el cronómetro olvide ponerse lo fundamental, a riesgo, por ejemplo, de terminar haciendo público lo púbico y etc., etc., etc.

Suficientes desastres y calamidades hay en la vida moderna por cuenta de ese todopoderoso factor que es el curso del reloj. Ahora os pregunto: ¿Por qué, entonces, porfiáis en el envío de tanto correo basura a los buzones electrónicos? De veras, ¿no tenéis pasatiempo distinto que sentaros al frente del ordenador para esparcimiento tan improductivo? Si no hacéis nada por los demás, al menos hacedlo por vosotros (as) mismos (as). Porque, entre otras cosas, tanto tiempo en este menester trae consigo la aparición de almorranas.

Por cierto, ¿no os pica un poco el reborde de ese lóbrego escondrijo de la anatomía que se ensancha cuando tomáis asiento frente al PC? Al menos por salud, sería recomendable que distribuyerais este mensaje entre los vuestros. Bueno, ¡salvo que verdaderamente os guste sentir la piquiña entre el culo! Desde luego, será ese otro pasatiempo. ¡Oh, sí, rascaros con toda fruición! Y entonces, no he dicho nada. ¡Sólo que perdí mi tiempo, mi oro, y vosotros (as) el vuestro (a)!
MARIA JOSÉ DE AVILA Y POMARES. Editora de Opinión.