Cuando el autobús se detuvo para recoger a los pasajeros, ella se dio cuenta de que su minifalda azul de jean era demasiado estrecha para permitirle dar el paso para subir. Algo avergonzada, la chica le sonrió al conductor, se llevó la mano hacia atrás y bajó un poco la cremallera de la falda, pensando que tal vez eso ayudaría. Así que, de nuevo intentó subir, volvió a bajar el cierre, pero tampoco pudo.
Sintiéndose todavía más avergonzada, insistió en bajar la cremallera un poco más, y volvió a intentar subir al bus, pero nuevamente sin éxito. Casi llorando de la vergüenza y de la rabia, la chica bajó del todo la cremallera y por quinta vez no pudo subir al autobús.
Entonces, un tipo alto que estaba detrás de ella en la fila, levantó a la muchacha por la cintura y la subió al autobús.
Furiosa, ella se volvió hacia el buen samaritano y, roja de la ira, le reclamó: "¿Cómo se atreve a tocarme? ¡Yo a usted no lo conozco! ¡No sea cretino, atrevido! ¡A tocar a su madre, gran descarado! ¡Sinvergüenza!".
Algo sonrojado, el hombre, con una amplia sonrisa, le dijo suavemente: "Bueno, señorita, yo normalmente no hago esas cosas. Sólo que, después de lo que acaba de ocurrir, me figuré que usted y yo éramos ya buenos amigos. ¿Por qué? Muy sencillo. Vea que en cinco oportunidades seguidas... ¡usted me ha bajado la cremallera de la bragueta!".