La breve historia sobre este pequeño milagro comenzó cuando Adolfo se lanzó a la búsqueda obsesiva de una semilla de café en varios expendios agrícolas de Bogotá y en algún vivero fuera de la ciudad, donde resultó imposible conseguirla.
Aunque el motivo no era ese, sin embargo bastó un viaje al norte de la capital para que se diera el prodigio de hallar el grano en una mata sembrada en una calle cualquiera. Y fue así como, justo donde se detuvo el auto, Adolfo, que viajaba de copiloto, miró a su derecha y, ¡oh, milagro! Allí estaba la ansiada planta, con sus granos rojos y verdes.
Ocurrido apenas dos días antes de emprender el regreso al final de las vacaciones, el hallazgo adquiere carácter insólito, toda vez que en altitudes superiores a los 2.000 m. sobre el nivel del mar no es usual la siembra de café, cuyo fruto crece necesariamente en climas con promedio mensual de temperatura entre los 23 y los 27 grados centígrados y a niveles de altitud inferiores.
Una vez ocurrido el milagro, otro detalle curioso fue encontrar una hora después en una cafetería otra mata de café, ésta si desprovista de grano alguno.
Según los expertos, en la mayoría de las regiones caficultoras del mundo la fluctuación estacional de la temperatura no tiene problema, gracias a la evolución que ha experimentado la especie para poder adaptarse a las condiciones ambientales a las que la ha sometido el hombre en su incesante búsqueda por una mayor y mejor productividad. En condiciones normales, el desarrollo básico de la planta puede tomar entre tres y cuatro años.