jueves, 10 de septiembre de 2009

Una de Diego Maradona

Agobiado tras las derrotas argentinas a manos de Brasil en Rosario y de Paraguay en Asunción, que dejan a sus dirigidos prácticamente por fuera del Campeonato Mundial 2010, Diego Armando Maradona regresa a casa mal trajeado, con una gorra de miliciano y con un crucifijo al cuello, fumando un habano, enfundado en la camiseta del Boca Júniors, y gritando como un loco de atar:

—¡Mi amor, mi amor! Primero que todo, no vas a recriminarme por lo ocurrido en las eliminatorias. Yo sé que vamos a clasificar. ¡Sea como sea! Así toque comprar al árbitro. Pero, ahora mismo, ese no es el asunto, vieja.
—¿Y entonces, cuál?, pregunta expectante su sufrida esposa, Claudia Villafañe.
—El asunto es que tengo un par de noticias para contarte, dice ansioso el ídolo de los argentinos, mientras deambula compulsivamente por la sala.
—¿Ah, sí? ¡Contáme, querido, contáme! Deben ser dos cosas extraordinarias, pues ni en la tele, ni en la radio, ni en la prensa he visto nada, propone ella, también llena de ansiedad.
—Una es una noticia buena y la otra es mala, dice Maradona, rascándose la cabeza.
—¡Comenzá por la buena, querido!, propone la señora. "¡Ya, decime ya, que me muero de las ganas por saberla! ¡Contá, querido, contá, que me orino de la dicha!".
—¡Está bien, Claudia! La buena es que he dejado la droga...
—¡Qué noticionón tan bárbaro! ¡Eso me hace feliz! ¡Es lo mejor que he escuchado en mi vida!, festeja ella, saltando de júbilo, incontenible. "Ahora, viejo, contáme la noticia mala".
—¿La mala? Bueno, che, sí, dice Maradona bastante contrariado y meditabundo. "Sí, te la voy a contar. ¡Y es que no me crean tan pelotudo, tan marica, pues ahora no sé dónde gran putas la dejé!".